Cuando ella llegó no se percató sino hasta la noche, cuando le conté lo que había hecho. Me agradeció, no sin a la vez recordarme que casi todos los días ella hacía lo mismo, y que en casa ya habíamos dejado de agradecerle. En realidad yo tenía más que agradecerle que ella a mi.
Aprendí que solo podemos agradecer cuando nos hemos dado cuenta de que algo nos ha sido dado (o ha sido hecho por nosotros) y lo mantenemos presente.
Entonces, vivir agradecidos es una de las características que debería sobresalir en todos nosotros como seguidores de Jesús al vivir conscientes de lo que Él ha hecho por nosotros. De hecho, el mandato que se nos dio de estar siempre gozosos (1 Tes. 5:16) no sería difícil de cumplir si permaneciéramos enfocados en quién es Él y agradeciéndole.
Si cada día miráramos a la cruz para recordar el punto al que llegó su amor hacia nosotros, sería imposible no vivir agradecidos.
Él ha hecho más de lo que le pudiéramos devolver, y al darnos todo sin nosotros merecerlo nos muestra el modo en que nosotros debemos también vivir, dando de gracia lo que por gracia hemos recibido de Él (Mt. 10:8).
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